
Greenwahing, ser o no ser verde… Cuántas veces has comprado un champú que te hablaba de las bondades del aceite de jojoba, del aguacate o de un “tesoro a base de miel”? Yo… unas cuantas… y me iba tan contenta a mi casa, hasta que comencé a leer las etiquetas de lo que compraba.
Vivimos en un mundo variado, el mercado de la cosmética nos ofrece cientos de marcas con que cuidar nuestro cuerpo y nuestro cabello a diario y (¡qué casualidad!) la mayoría llevan en sus envases reclamos tipo “con extracto de”, “herbal…”, “con manteca de karité”.
Y no digo que no lleven estos componentes pero, ¿en qué proporción? Y, lo más importante, ¿combinados con qué? (Ver artículo sobre los ingredientes a evitar en cosmética).
Generalmente incluyen una ínfima parte del producto natural que anuncian y además combinado con componentes que son nocivos para nuestra salud.
Bienvenida/o al mundo del “greenwashing”.
Este término ya fue acuñado allá por los años ochenta por el reportero ambientalista americano Jay Westerveld (pero esta es otra historia) y viene a ser «el acto de engaño al consumidor para que la percepción de que los productos y los objetivos de una empresa sean vistos como ecológicamente amigables». Pero: ¿cómo consiguen estas grandes marcas convencernos de la “naturalidad” de sus productos?
Como podréis imaginar, la publicidad es una de las herramientas más poderosas para acometer este propósito y las grandes empresas gastan cantidades ingentes de dinero para tal fin. Las que ya tenemos unos años recordamos aquel famoso anuncio de desodorante “con el frescor de los limones salvajes del Caribe”.
A veces se trata de la inclusión indiscriminada de etiquetas y símbolos «verdes» en los embalajes o envolturas, con el fin de mostrar una supuesta certificación de terceros o el aval de organizaciones ecologistas. El problema es que muchas etiquetas se parecen visualmente a las oficiales, sin serlo (por ejemplo, colocar un logo en forma de rosa semejante a la etiqueta ecológica oficial europea, que tiene forma de flor), o se utilizan las denominadas «etiquetas autodeclarativas» (en las que es la propia empresa la que decide los criterios ambientales a cumplir para autootorgarse la declaración. Por razones obvias, se las asocia con estrategias de marketing y su credibilidad sería cuestionable.
Otro modo sería incluir en el etiquetado símbolos o frases que parecen tener un valor ambiental, cuando en realidad obedecen a la legislación vigente (por ejemplo, poner «sin CFC» en los aerosoles, cuando desde 1989 dichas sustancias están prohibidas a nivel europeo).
Estos tres ejemplos podrían ser las maneras más evidentes de hacer greenwashing (aunque hay bastantes más y más sutiles).
He ahí la cuestión
Así que ya sabéis, no olvidéis leer la etiqueta de vuestros cosméticos y una vez tengáis la información, decidid lo que queréis consumir.